jueves, 1 de julio de 2010

LOS LÍMITES


Los límites no constituyen solamente exigencias saludables para los niños y los jóvenes, sino que también representan la medida de la moderación para los adultos.
La libertad es la máxima aspiración para un ser humano, no así el libertinaje, que significa hacer lo que quiero, cuando quiero y como quiero, ignorando la existencia del otro, que tiene el mismo derecho a gozar de su propia libertad.
Muchos jóvenes viven una libertad sin límites, a veces arriesgando sus propias vidas y las de los demás, para probarse a sí mismos y autoafirmarse como personas únicas y diferentes, pero en forma peligrosa e inapropiada.
Ensayan hasta dónde pueden llegar y se empeñan en tropezar con la misma piedra, porque necesitan auto valorarse y saber que son capaces de superar a otros.
Los modelos que la sociedad ofrece a la juventud se basan en la competencia y no en el despliegue de las capacidades que tiene cada uno, de manera que muchos jóvenes se centran en forjar su destino sin tener en cuenta la importancia de su aporte individual.
Los animales también tienen límites en sus vidas de relación en grupo y los líderes naturales son los que se encargan de hacerlos respetar, pero ellos viven en un mundo cerrado, atados a los instintos.
El deseo humano de transgredir las reglas es necesario y natural, porque si no fuera así no habría cambios ni creatividad. Sin embargo, los cambios no son aceptados de inmediato por la sociedad, que necesita asegurarse de su eficacia para adoptarlos, por lo que es necesario tener la suficiente tenacidad y perseverancia para lograrlos.
Una vida sin límites, lejos de ser gratificante, produce mucha frustración y termina siendo autodestructiva.
La vida cotidiana nos exige el respeto de los límites en todos los ámbitos de nuestra actividad. No es bueno para nadie trabajar en exceso, descansar demasiado, comer de más, excederse en la práctica de deportes o exigirle al cuerpo más de lo que puede hacer.
El respeto a los límites es el arte de la moderación tan difícil de lograr y que no todos son capaces de practicar. Muchos comen y beben en exceso, se convierten en adictos al trabajo, al deporte o al sexo; dedican sus vidas a intentar saltar más alto, correr más ligero, levantar más peso, ser más atléticos, más flacos, más jóvenes, exigiéndose a sí mismos en forma exagerada y realizando verdaderas proezas con sus cuerpos.
El hombre que aprende el arte de la moderación puede permitirse ser más feliz y tener más alta la autoestima, porque se puede aceptar como es, no necesita exigirse ser quien no es, ni sufrir privaciones, ni hacer más de lo que puede sin respetar su cuerpo; y puede darse cuenta, que sólo aceptando sus límites los puede trascender.
Un ciego tiene que aceptar su ceguera para poder aprender a hacer todo sin ver, si no la acepta, además de ciego se convierte en un discapacitado total.
Se aprende a respetar los límites en la niñez; pero cuando la crianza ha sido permisiva sin esa oportunidad, se favorece la formación de un carácter débil, orientado hacia la persecución del placer, con tendencia a transgredir reglas sociales y a no tener respeto por los demás.
Los límites nos permiten construir una estructura de personalidad firme, ser dueños de nosotros mismos y nuestros propios jueces, capaces de organizar nuestras vidas en función a un proyecto, y de tomar decisiones coherentes y responsables.
Respetar los límites nos hace más confiables, más seguros de nosotros mismos y más dignos de respeto.
Lo único que no debe tener límites es la imaginación y la libertad de pensamiento.

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